Luis Loaiza Rincón
En la política venezolana de estos aciagos días, abunda la
intolerancia y las prácticas radicales y sectarias que dificultan la
convivencia, incluso, al interior de las propias organizaciones políticas que defienden
la libertad y la democracia, lo cual constituye un evidente contrasentido.
Esta situación nos llevó a revisar tres términos que
expresan una condición básica, y hasta primitiva, de hacer política. Son, sin
duda, tres de las muchas plagas que azotan la política democrática. Hablamos de
sectarismo, fanatismo y fundamentalismo.
Una secta es el conjunto de seguidores de una doctrina o
ideología concreta en función de las siguientes características:
·
La asociación es voluntaria, aunque puede ser
inducida o fomentada.
·
Presentan una organización autoritaria y
piramidal: no existe la democracia en ninguno de los escalones y se inculca el
destierro del pensamiento crítico. En este sentido, la afiliación presupone una
exigencia personal comprobada o sometida a examen por la autoridad del grupo,
casi siempre en la dirección de la lealtad absoluta.
·
Existe una pretensión de exclusividad por lo que
se sanciona con la expulsión a los que contravienen la doctrina, preceptos
morales u organizativos del grupo.
·
Destaca la existencia de un líder, o grupo de
líderes, cuya decisión es la única que cuenta.
·
Se afirma el sacerdocio (militancia) de todos
los creyentes. Un solo mensaje, una sola obediencia, una sola línea de acción.
Además, existe un tipo de secta particular considerada
“destructiva” que se destaca por su habilidad para implantar, utilizando el
control mental, una personalidad gregaria en sus adeptos, provocando en la
persona el llamado “Síndrome Disociativo Atípico”.
En este sentido, el sectarismo es la intolerancia, discriminación
u odio
que surgen de dar importancia a las
diferencias percibidas entre los grupos sociales, políticos o religiosos, o
entre las subdivisiones dentro de un grupo, como las facciones de un movimiento político.
El sectarismo casi
siempre se encuentra acompañado por el “fanatismo”, que es una actitud o
actividad que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida y tenaz en defensa de una idea, teoría,
cultura, estilo de vida, etc. Psicológicamente, la persona fanática manifiesta
una apasionada e incondicional adhesión a una causa, un entusiasmo desmedido
y/o monomanía persistente hacia determinados temas, de modo obstinado, algunas
veces hasta indiscriminado y violento.
El fanatismo puede superar la racionalidad y llegar a extremos peligrosos, como matar, con
el fin aparente o manifiesto de
mantener esa creencia, considerada por el fanático como la única verdad. El fanático se comporta como
si poseyera la verdad absoluta. Afirma tener todas las respuestas y, en
consecuencia, no necesita seguir buscando a través del cuestionamiento de las
propias ideas que representa la crítica del otro. El fanático, además, se caracteriza
por ser un gran enemigo de la libertad. Los lugares donde impera el fanatismo
son terrenos donde no prospera el conocimiento sino la guerra.
En síntesis, el fanatismo presenta uno o más de los
siguientes rasgos:
·
Dogmatismo falaz: creencia en una serie de
convicciones que no se cuestionan ni razonan y cuya justificación lo es por su
propia naturaleza;
·
Intransigencia: no acepta los análisis críticos
de sus ideas o comportamientos;
·
Maniqueísmo: las diferencias son consideradas de
manera radical; no se admiten los matices.
·
Reduccionismo doctrinal: la diversidad
categorial suele encerrarse en pocas categorías contrapuestas:
"buenos" y "malos"; "arios" y "no
arios"; "fulanos" y "menganos";
·
Discriminación o intolerancia a la diferencia:
rechazo de lo que escapa a unos determinados modelos y etiquetas;
·
Autoritarismo: afán de imponer la propia
cultura, estilo o creencias y de forzar a que los demás se adscriban a lo
mismo.
·
Obsesión: El fanático se ancla en ideas fijas
que lo preocupan de modo enfermizo.
Por otra parte, el
sectarismo y el fanatismo también pueden resultar fundamentalistas porque
terminan aplicando de manera intransigente y estricta una doctrina o práctica
establecida a partir del culto a un determinado libro, que se asume como
autoridad máxima, revelada, ante la cual ninguna otra autoridad puede invocarse.
En la historia del fundamentalismo político destacan algunos libros
usados como verdades reveladas,
independientemente de su fortaleza argumental o filosófica. Así tenemos Mi
lucha, de Adolf Hitler; El Libro Rojo de Mao Zedong; El Manifiesto Comunista de
Marx y Engels; La Guerra de Guerrillas del Che Guevara y El Libro Verde de
Gadafi. En Venezuela se observa esta perversión a partir del culto oficial al
llamado “Libro Azul” y al dañino “Plan de la Patria”, ambos de la autoría de
Hugo Chávez.
La
política democrática, en contrapartida, no es extremista ni intransigente
(radical), porque es esencialmente pluralista, abierta, respetuosa de la
dignidad humana, tolerante a la diversidad de pareceres sobre la orientación de
los asuntos públicos, anti dogmática, promueve la transacción, el arreglo y la
búsqueda de la escogencia no óptima sino posible. Un demócrata, por tanto, se
aleja de las sectas, “mesías” y radicales al tiempo que rechaza las verdades
políticas reveladas y el fanatismo.